Al igual que en 2006, el PAN recurre a la estrategia de enlodar al adversario. No sabe, no puede competir de otra manera. No tiene con qué. En sus pasivos están los pocos resultados del gobierno federal. Felipe Calderón prometió ser el presidente del empleo para abandonar esta prioridad una vez que tomó posesión. A su cruzada contra el narcotráfico la convirtió en el eje principal de su gobierno y en el haber no se registran números negros, sino al contrario. Muerte y violencia. En la otra mano, más pobreza. A esta situación hay que agregarle que la campaña no levanta. No genera entusiasmo y sigue basada en ocurrencias. Una candidata que introduce frases como la de “Palabra de mujer”, que ya han sido utilizadas (no sólo en Chile en la exitosa campaña de Michelle Bachelet, sino aquí en México en la de Patricia Mercado, que hizo de este enunciado una de sus principales líneas de comunicación), porque sus estrategas son incapaces de crear, de construir un discurso que la acerque al conjunto de la población y, en particular, a las mujeres. La intención del voto de la candidata blanquiazul ha disminuido en los últimos días al grado de comprometer seriamente su lejano segundo lugar (al colocarse prácticamente en un empate técnico con López Obrador), lo que se traducirá en un mayor desánimo de seguidores y simpatizantes. Ante la desesperación, la inexperiencia y la falta de tiros de precisión, el panismo abrió el cajón de los recuerdos y extrajo el librito, el mismo guión, que utilizó en 2006. Lo único que cambia es el nombre del nuevo peligro para México. En todo lo demás, la misma tónica. No entienden que el panorama electoral es radicalmente diferente al que se presentó en aquella muy reñida elección. En aquel momento, varios factores se conjuntaron para garantizar apenas una mínima diferencia a favor del entonces candidato Calderón. Para estas fechas (el mes de abril) la elección ya se había cerrado acercando a los dos candidatos punteros: AMLO y Calderón. No había una diferencia tan amplia como la hay ahora (entre 25 y 30 puntos según la encuesta), y la táctica de generar miedo y polarizar a la población funcionó, en gran medida, por la incapacidad de respuesta del candidato de la izquierda. López Obrador cometió errores que le fueron restando simpatías y que permitieron que la campaña de contraste tuviera efecto. Su decisión de no presentarse al debate, de insultar al presidente, de confrontar a la cúpula empresarial, de empecinarse en la idea de que conservaba una importante diferencia descalificando a las encuestas, tendió la cama para que prosperara la estrategia blanquiazul. No es el caso de este proceso electoral, en el que Enrique Peña Nieto despliega una campaña en la que administra su ventaja, la acrecienta y se cuida de no cometer errores que impacten su condición de favorito. Por lo demás, la ley electoral impide el activismo militante del presidente (mismo que ya fue reconvenido por el IFE) y, lo más importante, la gente vive tanta violencia todos los días, que lo que menos quiere es que los políticos desaten una guerra y una confrontación. Los medios y los ciudadanos ya no compran tan fácilmente la estrategia de la guerra sucia porque en 2006 le costó muy cara al país. No quieren esa polarización, porque saben que no le conviene a México.
A Enrique Peña Nieto esta situación no le afecta porque no sólo ha mantenido, sino que está ampliando su ventaja. El que seguramente está de plácemes es López Obrador. Su objetivo es llegar al debate como el segundo lugar en las encuestas y confrontar directamente al abanderado tricolor. Toda su estrategia está dirigida a ello. Primero presentó una cara más amigable para disminuir negativos y remontar el tercer lugar. Concluida esta etapa, volverá a la ofensiva (ya empezó a dar indicios al descalificar al IFE), porque él también se siente muy cómodo con la estrategia de polarización. El problema es que su discurso ya está desgastado. Que las mismas acusaciones hacia el órgano electoral y los medios de comunicación ya no son creíbles. Que, al contrario, lo presentan como un perdedor, como un candidato que está preparando el terreno para desconocer la elección. No se ve entonces un cambio radical en las preferencias en los próximos días. No hay por dónde.
Publicada en Milenio
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